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Mostrando entradas de septiembre, 2021

PRÁXEDES VUELVE AL MAR MENOR

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Está decidido: Práxedes se va de vacaciones. No pasa por su casa para despedirse de su familia porque no tiene ni una cosa ni la otra. Se lo ha hecho saber al sargento Contreras con un silbido y dos rápidas palmadas en el muslo. El peludo suboficial lo capta enseguida, se adelanta unos pasos adivinando el camino y agita el rabo, feliz. A media mañana, los edificios de la ciudad ya se han hecho pequeños a su espalda y el viejo chatarrero calcula lo que le queda hasta Arganda, aunque tampoco es que le importe. Le sobra resuello como para silbar mientras camina y, de vez en vez, se agacha para redondear una caricia breve sobre el pescuezo de su acompañante, que ya ha hecho más vivo el jadeo. «Mañana o pasado saludamos a Neptuno, campeón». El bondadoso camionero que les acercó hasta Murcia se negaba a aceptar el viejo reloj, aunque «da la hora de maravilla, hombre», y, apenas una hora más tarde, una furgoneta arrugada que se afanaba en dejar de ser blanca se detuvo en el arcén.

ASUNCIÓN, LA DE LA MERCERÍA.

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Se alejó esposada, con la mirada serena y la cabeza apoyada en el cristal del vehículo policial. Había entrado en la sucursal justo delante de mí para interponer noventa o cien kilos de volumen corporal entre la empleada a la que me dirigía y yo. Bien arreglada, pelo corto, gafas con cadenita y un atroz rastro de olor a laca que hacía imperativo mantener la distancia de seguridad. Me pareció nerviosa, instalada en un cierto rictus que denotaba angustia. Se sentó frente a una joven que apenas se dignó a alzar la mirada y yo me dispuse a esperar mi turno apoyado en una columna cercana. La mujer extrajo de un voluminoso bolso marrón una carpeta de gomas llena de papeles; todo preparado para el ICO que, amparándose en las ayudas del gobierno, se afanaba por tramitar. Y sí, si están pensando que soy el típico fisgón que pega la oreja en las conversaciones de los demás, han acertado; me enteré de todo: Que su marido había sufrido un accidente cardiovascular, que ella tuvo que con

LIBRE, AL FIN

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Me llamo Emiliano y estoy sobrecogido. Por los gases digo, no por la pandemia, aunque también. Debí acordarme del atroz efecto de las coles de Bruselas, que me sientan fatal. No tardan en reaparecer, vengativas, en forma de invisibles zarpazos a media altura en el mi reducido salón, combinando agrios matices de metano con otros más profundos, como de poza séptica saturada de heces de jubilados ingleses que se alimentan de judías dulces con tomate. El confinamiento en un apartamento de treinta metros cuadrados, en estas condiciones, me parece fascista. Tardarán meses en encontrar mi cuerpo, y no quiero ser un número más en la estadística; voy a abrir la ventana. En el edificio de enfrente hay un hombre de pie, muy bien peinado, con una mano en el bolsillo. Abre mucho la boca y canta, canta ópera. No lo hace mal, y algunas cabezas se giran hacia él. Se cierran varias ventanas, y luego algunas más. Sigue cantando, pero su vigorosa voz resulta mortalmente herida por el chirrido i