PRÁXEDES VUELVE AL MAR MENOR
Está decidido: Práxedes se va de vacaciones. No pasa por su casa para despedirse de su familia porque no tiene ni una cosa ni la otra. Se lo ha hecho saber al sargento Contreras con un silbido y dos rápidas palmadas en el muslo. El peludo suboficial lo capta enseguida, se adelanta unos pasos adivinando el camino y agita el rabo, feliz. A media mañana, los edificios de la ciudad ya se han hecho pequeños a su espalda y el viejo chatarrero calcula lo que le queda hasta Arganda, aunque tampoco es que le importe. Le sobra resuello como para silbar mientras camina y, de vez en vez, se agacha para redondear una caricia breve sobre el pescuezo de su acompañante, que ya ha hecho más vivo el jadeo. «Mañana o pasado saludamos a Neptuno, campeón». El bondadoso camionero que les acercó hasta Murcia se negaba a aceptar el viejo reloj, aunque «da la hora de maravilla, hombre», y, apenas una hora más tarde, una furgoneta arrugada que se afanaba en dejar de ser blanca se detuvo en el arcén.