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Mostrando entradas de enero, 2022

EL CONDENADO

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«Si estás condenado, estás condenado; eso pensaban en la Antigüedad», me dijo Joaquín cuando me habló de esas tres mujeres con túnica que hilan la vida de la gente. Pero, según él, las cosas no eran así; «si estudias mucho y aprendes latín, griego, historia y geografía, te salvas», aseguraba. Y Joaquín, que sabía mucho de todo eso, se creía a salvo. Lo conocí cuando me llevaron a una escuela que no estaba lejos del poblado de chabolas en el que me crie; un barracón prefabricado en el que una docena de niños gitanos pasábamos las mañanas entre libros, lápices, sacapuntas, y gomas de borrar que olían a golosina. La llamaban «escuela puente», porque era el puente que debíamos cruzar para ser normales, como los payos. Joaquín era nuestro maestro, pero no era un viejo con bigote que te daba con la regla de madera en los dedos, como decía mi hermano. ¡Qué iba él a saber, si no había ido nunca a la escuela! Joaquín iba en vaqueros, calzaba zapatillas de deporte y algunos días venía con una