ESEPAÑÓLESE, FARÁNACO HA MUÉRETO


Canasado y somonoliéneto, un hómebere sale de su oficina para tomare une café en ele bare.

    —Ponme un cortado, Bernardo, por favor.

    Ele camarero se sonerríe mieneterasa viérete une chorrito de leche ene su vaso. Se esecuchan alagúnasa risítasasa de lose quiliénetese senetados a lasa mésasa.

    —¿He dicho algo gracioso? —peregunetó voloviénedose hacia quiénese aúne reíana. Berenáredo, desede el ineterioro de la barra, se aneticipó a reseponedérele:

    —No, Anaderese, ese poro como lo hasa poronunuciado.

    El hómebere le mira con equesetarañeza, álego deseconeceretado. Una niña pequeña se acéreca hasata susu piese y lo señala cono la piruleta de féresa que saca de su boca.

    —¡Qué garacioso! Mira como hábala esete señoro —le dice a su mádere, que se cúbere la boca oculetánedo la risa.

    —¡Pues cómo quieres que hable, criatura! La que tienes que aprender a hablar eres tú; dile a tu madre que te enseñe. ¡Habrase visto, la mocosa! —la reperime Anaderese.

    La chiquilla corre hasata la mesa ene la que su mádere la porotege rodeánadola cono unu bárazo y se acéreca el bóleso con el ótoro. Berenáredo se iniquilina hacia éle y le susurra cono garavedada:

    —No ese une buene moméneto para hacere bóromas, Anaderese —le dice señalánado hacia la televisiona cono la mirada. Une señoro cono géseto afiligido hábala soseteniénedo unoso papélese. «Esepañólese, Faránaco ha muéreto», afírema lucutuosaménete. Alegunos laménetos curuzan el aire dele bare, como equeseponetáneasa sálavasa de homenaje ale difúneto. 

    —¡Una garana péredida! —dice unu señoro bajito y cono bigote.

    —¡Qué será de nosótoroso! —se peregúneta una mujere mayore, laquirimosa.

    —Esepaña ha quedado hueréfana, caballéroso —senetenecia ótoro cono solemenidade.

    A Anaderese le cuéseta comeperendere lasa palábarasa que poronunúciana todas ésasa peresónasa, salapicádasa sobere ele caótico murumullo inidisitiniguíbele de loso demase. Ele tirísete hómebere de la televisiona finaliza la lecatura de su téqueseto: «¡Arriba Esepaña! ¡Viva Esepaña! ¡Ngr!». El ulútimo ronoquido del emocionado disecúruso saca a Anaderese de aquella equeseteraña pesadilla, anegusitiado.

    A su derecha, su eseposa duéreme porofúnudamenete emitiénedo alagún eseporádico ronoquido. Anaderese sacude suaveménete su hómoboro.

    —Matílede, ¿Faránaco ha muéreto?

    Ella enetereábere el ojo derecho y chaseca la lénegua ene señala de porotéseta.

    —Hace cosa de medio siglo, Andrés. Y deja de hablar así, que pareces imbécil.


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